miércoles, 8 de octubre de 2014

guerras romanas: Roma Vitrix


Las Guerras Dacias (101-107)

Las guerras Dacias fueron una confrontación armada, bueno, más bien dos, que tuvieron lugar bajo el mandato del emperador romano Trajano y que, como resultado, ofrecieron al imperio la última conquista más o menos duradera de su historia. Hasta ahí, la teoría y las dos primeras líneas de la wikipedia. Afortunadamente para el que escribe y, a pesar de su relativamente corta duración (101-102 y 105-107) dieron para mucho... Por un lado, para estas campañas se movilizaron fuerzas absolutamente inauditas, se idearon complejísimos puentes para permitir el paso de las tropas, se repararon vías y caminos, se reforzaron fuertes, se desplazó a contingentes civiles... y menos mal que así se hizo, porque, a pesar de que durante los preparativos, algunos aprovecharon para hacer chanza y comentar, con desprecio, que el imperio se disponía a aplastar una mosca con un yunque, lo cierto es que los Dacios – antepasados de los rumanos – pelearon con la desesperación de aquel que siente que es su última oportunidad de seguir vivo y plantearon terribles dificultades a las mejores legiones romanas. Además y a su pesar, supusieron el magno hecho por el que un emperador pasó a la historia, Trajano, por más que se le debería recordar por el conjunto de su reinado, y no solo por su determinación a la hora de dejar claro quien mandaba en esta parte del mundo. Veamos pues, para todo lo que dieron apenas 3 años de campañas, que fue muchísimo...

Desde Augusto, según se sucedían los emperadores romanos, las fronteras se iban desplazando y alejando de Roma, hasta encontrar, una de dos, un accidente geográfico que constituyera una frontera fácilmente defendible o un pueblo potencialmente peligroso ante lo cual, el imperio sopesaba, mediante embajadores y acciones militares de escasa envergadura – clásica política del palo y la trufa... – las posibilidades de salir a guantazos en el corto o medio plazo. Cuando los territorios del sur del Danubio fueron ocupados dando lugar a la provincia de Moesia, se firmaron varios tratados con el reino de los Dacios que estaba situado al otro lado del río. Los Dacios eran un pueblo de origen más o menos indeterminado pero, sin duda, emparentados con los pueblos que les rodeaban, de raíces iranias como los Yacigos, los Sármatas o los Roxolanos. Al contrario que estos no eran grandes jinetes y fiaban su independencia como nación a la infantería, a la compleja orografía de la actual Rumania y a su capacidad para vivir con menos que un pensionista español. Domiciano, emperador mediocre como poco, tenía varios marrones encima de la mesa en las Islas Británicas y en la provincia de Germania así que buscó contemporizar con los Dacios firmando varios tratados de amistad y asistencia técnica para, por ejemplo, reparar las murallas de sus principales ciudades... reforzando sin querer a un posible enemigo.


Sin embargo, las cosas cambiaron con la subida al trono de Decébalo, nuevo rey Dacio y curioso personaje ultra nacionalista y tremendamente beligerante con todo aquello que tuviera trazas de ser romano. Domiciano, con problemas internos y sobre todo, midiendo mal al adversario, despachó contra ellos una sola legión que fue convenientemente vapuleada – la Legio XXI rapax – resultando muerto, además, el prefecto del pretorio. Buscando cerrar el asunto lo antes posible, Domiciano tragó vaso y medio de bilis y firmó un nuevo tratado aún más bochornoso: renovó la asistencia de los ingenieros e incluso aceptó pagar un subsidio en oro para asegurar que los dacios no transpasaban el rio en lo que era, sin duda, la aceptación de un soborno.
El pacto – chantaje ni fue muy bien entendido en Roma, ni tampoco en los campamentos legionarios, que lo tomaron por una ofensa a sus compañeros caídos de la XXI y resultó, de hecho, uno de los motivos que desencadenaron su asesinato. Así que, en el momento en que el imperio se sintió libre de obligaciones en otros puntos de su inmenso territorio, se preparó para asentar el golpe de gracia a esos bárbaros que habían conseguido lo que nadie en los últimos dos centenares de años... poner de rodillas al mismísimo imperio. El problema es que las fuerzas de que Roma disponía a lo largo del Danubio eran bien escasas: el gobernador de Moesia defendía la frontera desde Belgrado hasta la desembocadura del Danubio con solo dos legiones así que hubo que trasladar dos más, desde la costa del adriático y desde la frontera con la actual República Checa. Además, se movilizaron vexilationes o destacamentos de infinidad de unidades, incluidas tropas “españolas” de la legio VII, cohortes pretorianas, honderos de baleares, arqueros sirios, caballería... Para cuando, a finales del 100 d.C. Trajano se preparaba para cruzar el danubio y salir al encuentro de los dacios, llevaba tras él, posiblemente, el ejército romano más grande de todos los tiempos... acaso más de 120.000 hombres... la tercera parte del total de las fuerzas disponibles.

El problema es que Decebalo aprendía deprisa. Los técnicos romanos mejoraron – muy a pesar suyo – las fortificaciones y las trincheras y la mayoría de sus unidades fueron entrenadas a la romana – como los calamares – y demostraron ser capaces de efectuar complejas maniobras de hostigamiento, guerrilla o distracción. Los romanos tuvieron que librar terribles combates para conseguir abrirse paso; el índice de bajas fue absolutamente demencial... debieron de levantarse tres hospitales de campaña para atender a los heridos a solo unas horas de marcha de donde se libraban los combates y Trajano tuvo que poner a disposición de los médicos su guardarropa personal pues se terminaron acabando las vendas. Con tremendo esfuerzo, fueron rindiendo los principales baluartes y cayeron en poder de los romanos la hermana del Rey, los prisioneros supervivientes de las guerras anteriores y los estandartes arrebatados a las fuerzas de Domiciano; a Decébalo, cogido entre las fuerzas de Trajano y de Lucio Quieto no le quedo más remedio que rendirse sin condiciones.



Sin embargo la nación Dacia no estaba hecha para adaptarse a la sumisión como hicieran los reyes de Capadocia, Armenia o Mauritania y, si aceptaron el peso del yugo romano, tan solo fue para sacudírselo a la primera oportunidad. Los síntomas de que el momento había llegado no tardaron en llegar: ni entregaron la totalidad de las armas, ni desarmaron las defensas de la totalidad de los castillos, siguieron ofreciendo asilo a los desertores romanos y continuaron acaudillando los esfuerzo anti – romanos del resto de sus vecinos, aún libres.

Trajano, convencido de que solo había dejado hecho el trabajo a medias, hizo gala de su mejor virtud: la determinación... y así, en el 105 d.C no se dejó engatusar por los embajadores dacios y volvió a declarar la guerra a aquel pueblo... dejando claro que, en esta ocasión, no se hablaría ya de rendición sin condiciones, sino de la práctica aniquilación de su nación. Decébalo intentó movilizar a todos aquellos que, en algún momento, habían odiado a Roma y a lo que representaba, pero los saqueos - absolutamente dantescos - a que sometieron las legiones a amplias zonas de aquellos pueblos, les convencieron de que, esta vez, valía más permanecer inermes. El dacio lo intentó todo: trato de asesinar a Trajano con desertores, intentó obtener condiciones aceptables mediante el rescate de un alto oficial romano – amigo personal del emperador – pero fue inútil. Trajano no estaba dispuesto a ceder ni un milímetro. Si, años antes, la lucha fue encarnizada, en esta ocasión se alió con la desesperación; los dacios peleaban enardecidos y, con sus falxsespecie de hoces con puño largo – segaban miembros romanos a discreción hasta que los herreros idearon un curioso refuerzo para sus brazos, la manica, derivada de cierta pieza de la armadura de un gladiador. Pero, como en tantas ocasiones, la resolución ganó a la desesperación, y Trajano entró, triunfante en la capital dacia, Sarmizeguetusa alrededor del 107 d.C. Decébalo, viéndolo todo perdido, se quitó la vida.

El vencedor no se anduvo con rodeos; está vez no estaban en juego las libertades del pueblo dacio sino su propia existencia. La población indígena fue expulsada de las mejores tierras, se repobló la zona con gentes de aquellos pueblos que habían tenido la “inteligencia” de estarse quietecitos, se arrendaron las minas a consorcios para su explotación y se dejaron dos legiones en tierras dacias para recordarles a aquellas gentes, altivas y orgullosas, quien era el que tenía las llaves de la cancela.

Roma explotó Dacia a conciencia, siendo incalculable el volumen de oro y metales preciosos que sacó de las extrañas de aquellas tierras y, aunque la zona nunca llegaría a estar tranquila del todo, se mantuvo como provincia romana hasta el 275 d.C, año en el que, al retirar las fuerzas legionarias de sus cuarteles, se renunció de hecho a su posesión... pero, por aquel entonces, los dacios ya hablaban maravillosamente el latín...
Saludos.
CLAVES PARA ENTENDER LAS GUERRAS DACIAS

1) La mayoría de las legiones del imperio aportaron vexillationes, o destacamentos expedicionarios de varias cohortes con las que reforzaban a otras unidades que peleaban al completo. Se llamaban así porque portaban un Vexillum o bandera de su unidad de origen.

2) Fue una guerra de exterminación, donde la población civil sufrió, primero, de manos de los dacios y después, a causa de las tropelías de las legiones, algunas de las cuales están documentadas; significativa era la costumbre de la legio XXX Ulpia Vixtrix, creada especialmente para la ocasión, de pintar las paredes de las aldeas por las que "pasaba" con su acronimo... gracias utilizando la sangre de las víctimas.

3) Fue, de hecho, la primera contienda donde la Guardia Pretoriana luchó realmente. Antes participó de manera testimonial en alguna campaña de Domiciano pero apenas salía de sus cuarteles en Roma. Trajano buscó medirla y, tras un primer traspié, se comportó al nivel de otras unidades.

4) Roma se hallaba "justa" de dinero y las minas dacias eran, en realidad, el motor primero de la conquista. Decébalo fue lo suficientemente imbécil de ofrecerles una excusa.

5) El desarrollo de la campaña está magnificamente ilustrado en la Columna Trajana. Incluso aparece un tal Tiberio Claudio Máximo, soldado de caballería que estuvo a punto de capturar a Decébalo antes de que se suicidara. Recientemente se encontró su tumba, en Tracia.

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