miércoles, 8 de octubre de 2014

Batalla de Adrianópolis (378 d.C.)

 

La batalla de Adrianópolis tiene una importancia decisiva en la Historia ya que fue la derrota más importante de Roma después de Cannas y, a diferencia de ésta, sus consecuencias fueron terribles para el Imperio.

Los godos procedían de Escandinavia y, tras una larga migración, aparecieron a las puertas del limes romano. A partir del año 240 dC comenzaron a realizar incursiones para depredar la Dacia, costosamente conquistada por el gran emperador Trajano y estúpidamente abandonada por el intelectual Adriano, cuya cabeza estaba tan ocupada con su amigo Antinoo, que en lugar de pensar en la seguridad del Imperio, se dedicó a abandonar las nuevas conquistas y a construir inútiles muros que de nada sirvieron. La estrategia de César, derrotar al enemigo allí donde se hallara, y si se hallaba en el mismísimo infierno, pues allí que se iba, fue dejada de lado por Augusto, cuya visión estratégica no incluía aspectos meramente militares. Así, el Imperio Romano, diseñado por César, fue edificado por Augusto con un terrible defecto de construcción: sus cimientos, y a pesar de los esfuerzos de Trajano por retomar la idea estratégica de César, sus sucesores se empeñaron en no prestar atención al problema.

Y así encontramos a los godos presionando el limes del Danubio, precisamente el más débil, en un momento en el que la superioridad táctica romana sobre sus enemigos se venía abajo. Las sucesivas crisis económicas provocan una drástica reducción de la calidad del equipamiento militar romano cuya más nefasta consecuencia es que las legiones tengan que equiparse con el mismo equipo que las tropas auxiliares y que éstas empiecen a equiparse con lo que pueden encontrar por ahí.

Convertidos en "federados" a sueldo, los godos se especializaron en el chantaje al Imperio que, en lugar de resolver la situación por las bravas, se dedicó a untarles con más oro a cambio de defender sus fronteras ¡que los mismos godos atacaban cada dos por tres! ... y en esto llegaron los hunos desde el Este. En 376 el emperador de Oriente (el Imperio se hallaba dividido en dos mitades), en un nuevo disparate más, les permitió cruzar el Danubio y asentarse dentro de las fronteras imperiales, hecho que los godos agradecieron dedicándose a saquear todo lo que encontraban a su paso. El emperador Valente, comprendió por fin el error cometido y pidió ayuda al emperador de Occidente, su sobrino Graciano, que le envió un ejército, pero Valente, que era un pésimo político, aún era peor militar. Convencido de que podía derrotar a los godos él sólo, marchó con su ejército hacia Adrianópolis sin esperar los refuerzos.

El 9 de agosto del año 378 el campamento bárbaro se encontraba a unas horas de la ciudad, de esta forma, allá a las dos de la tarde la columna romana divisó por fin la "muralla" de carromatos con la que los godos protegían su campamento.

Lentamente el ejército imperial comenzó a desplegarse, las alas de caballería ocuparon pronto su posición. La infantería se fue situando en sus posiciones al tiempo que el ardor de los bárbaros, que les contemplaban desde su sitio, disminuía cuando observaban temerosos el abrumador despliegue de medios (o más bien, el orden y disciplina con que se situaban sobre el campo) de que hacían gala sus contrarios.
LLegó entonces ese momento de impass antes de la batalla. Frigiterno (el líder germano) estaba decidido a ganar tiempo, pues necesitaba del concurso de la mayor parte de sus jinetes para enfrentarse con garantías a los romanos. Por otro lado, el emperador también estaba inclinado a llegar, de ser esto posible, a algún tipo de arreglo y no exponerse a una siempre arriesgada batalla campal. Frigiterno logró gracias a ello, tal como deseaba, ganar el tiempo necesario hasta poder convocar para la batalla a sus más aguerrida caballería (gran parte de ellos ostrogodos).

Cuando las conversaciones romano-godas estaban en curso, unidades de infantería ligera al mando de Bacurio de Iberia y Cassio, llevados por las sus ansias de lucha y por su propia cuenta, acometieron las primeras líneas germanas, siendo rechazados con deshonor y vergüenza, funestos augurios para lo que más tarde se convertiría en una aplastante derrota.


Fuentes:
- www.historialago.com
- Satrapa
Valente

guerras romanas: Roma Vitrix


Las Guerras Dacias (101-107)

Las guerras Dacias fueron una confrontación armada, bueno, más bien dos, que tuvieron lugar bajo el mandato del emperador romano Trajano y que, como resultado, ofrecieron al imperio la última conquista más o menos duradera de su historia. Hasta ahí, la teoría y las dos primeras líneas de la wikipedia. Afortunadamente para el que escribe y, a pesar de su relativamente corta duración (101-102 y 105-107) dieron para mucho... Por un lado, para estas campañas se movilizaron fuerzas absolutamente inauditas, se idearon complejísimos puentes para permitir el paso de las tropas, se repararon vías y caminos, se reforzaron fuertes, se desplazó a contingentes civiles... y menos mal que así se hizo, porque, a pesar de que durante los preparativos, algunos aprovecharon para hacer chanza y comentar, con desprecio, que el imperio se disponía a aplastar una mosca con un yunque, lo cierto es que los Dacios – antepasados de los rumanos – pelearon con la desesperación de aquel que siente que es su última oportunidad de seguir vivo y plantearon terribles dificultades a las mejores legiones romanas. Además y a su pesar, supusieron el magno hecho por el que un emperador pasó a la historia, Trajano, por más que se le debería recordar por el conjunto de su reinado, y no solo por su determinación a la hora de dejar claro quien mandaba en esta parte del mundo. Veamos pues, para todo lo que dieron apenas 3 años de campañas, que fue muchísimo...

Desde Augusto, según se sucedían los emperadores romanos, las fronteras se iban desplazando y alejando de Roma, hasta encontrar, una de dos, un accidente geográfico que constituyera una frontera fácilmente defendible o un pueblo potencialmente peligroso ante lo cual, el imperio sopesaba, mediante embajadores y acciones militares de escasa envergadura – clásica política del palo y la trufa... – las posibilidades de salir a guantazos en el corto o medio plazo. Cuando los territorios del sur del Danubio fueron ocupados dando lugar a la provincia de Moesia, se firmaron varios tratados con el reino de los Dacios que estaba situado al otro lado del río. Los Dacios eran un pueblo de origen más o menos indeterminado pero, sin duda, emparentados con los pueblos que les rodeaban, de raíces iranias como los Yacigos, los Sármatas o los Roxolanos. Al contrario que estos no eran grandes jinetes y fiaban su independencia como nación a la infantería, a la compleja orografía de la actual Rumania y a su capacidad para vivir con menos que un pensionista español. Domiciano, emperador mediocre como poco, tenía varios marrones encima de la mesa en las Islas Británicas y en la provincia de Germania así que buscó contemporizar con los Dacios firmando varios tratados de amistad y asistencia técnica para, por ejemplo, reparar las murallas de sus principales ciudades... reforzando sin querer a un posible enemigo.


Sin embargo, las cosas cambiaron con la subida al trono de Decébalo, nuevo rey Dacio y curioso personaje ultra nacionalista y tremendamente beligerante con todo aquello que tuviera trazas de ser romano. Domiciano, con problemas internos y sobre todo, midiendo mal al adversario, despachó contra ellos una sola legión que fue convenientemente vapuleada – la Legio XXI rapax – resultando muerto, además, el prefecto del pretorio. Buscando cerrar el asunto lo antes posible, Domiciano tragó vaso y medio de bilis y firmó un nuevo tratado aún más bochornoso: renovó la asistencia de los ingenieros e incluso aceptó pagar un subsidio en oro para asegurar que los dacios no transpasaban el rio en lo que era, sin duda, la aceptación de un soborno.
El pacto – chantaje ni fue muy bien entendido en Roma, ni tampoco en los campamentos legionarios, que lo tomaron por una ofensa a sus compañeros caídos de la XXI y resultó, de hecho, uno de los motivos que desencadenaron su asesinato. Así que, en el momento en que el imperio se sintió libre de obligaciones en otros puntos de su inmenso territorio, se preparó para asentar el golpe de gracia a esos bárbaros que habían conseguido lo que nadie en los últimos dos centenares de años... poner de rodillas al mismísimo imperio. El problema es que las fuerzas de que Roma disponía a lo largo del Danubio eran bien escasas: el gobernador de Moesia defendía la frontera desde Belgrado hasta la desembocadura del Danubio con solo dos legiones así que hubo que trasladar dos más, desde la costa del adriático y desde la frontera con la actual República Checa. Además, se movilizaron vexilationes o destacamentos de infinidad de unidades, incluidas tropas “españolas” de la legio VII, cohortes pretorianas, honderos de baleares, arqueros sirios, caballería... Para cuando, a finales del 100 d.C. Trajano se preparaba para cruzar el danubio y salir al encuentro de los dacios, llevaba tras él, posiblemente, el ejército romano más grande de todos los tiempos... acaso más de 120.000 hombres... la tercera parte del total de las fuerzas disponibles.

El problema es que Decebalo aprendía deprisa. Los técnicos romanos mejoraron – muy a pesar suyo – las fortificaciones y las trincheras y la mayoría de sus unidades fueron entrenadas a la romana – como los calamares – y demostraron ser capaces de efectuar complejas maniobras de hostigamiento, guerrilla o distracción. Los romanos tuvieron que librar terribles combates para conseguir abrirse paso; el índice de bajas fue absolutamente demencial... debieron de levantarse tres hospitales de campaña para atender a los heridos a solo unas horas de marcha de donde se libraban los combates y Trajano tuvo que poner a disposición de los médicos su guardarropa personal pues se terminaron acabando las vendas. Con tremendo esfuerzo, fueron rindiendo los principales baluartes y cayeron en poder de los romanos la hermana del Rey, los prisioneros supervivientes de las guerras anteriores y los estandartes arrebatados a las fuerzas de Domiciano; a Decébalo, cogido entre las fuerzas de Trajano y de Lucio Quieto no le quedo más remedio que rendirse sin condiciones.



Sin embargo la nación Dacia no estaba hecha para adaptarse a la sumisión como hicieran los reyes de Capadocia, Armenia o Mauritania y, si aceptaron el peso del yugo romano, tan solo fue para sacudírselo a la primera oportunidad. Los síntomas de que el momento había llegado no tardaron en llegar: ni entregaron la totalidad de las armas, ni desarmaron las defensas de la totalidad de los castillos, siguieron ofreciendo asilo a los desertores romanos y continuaron acaudillando los esfuerzo anti – romanos del resto de sus vecinos, aún libres.

Trajano, convencido de que solo había dejado hecho el trabajo a medias, hizo gala de su mejor virtud: la determinación... y así, en el 105 d.C no se dejó engatusar por los embajadores dacios y volvió a declarar la guerra a aquel pueblo... dejando claro que, en esta ocasión, no se hablaría ya de rendición sin condiciones, sino de la práctica aniquilación de su nación. Decébalo intentó movilizar a todos aquellos que, en algún momento, habían odiado a Roma y a lo que representaba, pero los saqueos - absolutamente dantescos - a que sometieron las legiones a amplias zonas de aquellos pueblos, les convencieron de que, esta vez, valía más permanecer inermes. El dacio lo intentó todo: trato de asesinar a Trajano con desertores, intentó obtener condiciones aceptables mediante el rescate de un alto oficial romano – amigo personal del emperador – pero fue inútil. Trajano no estaba dispuesto a ceder ni un milímetro. Si, años antes, la lucha fue encarnizada, en esta ocasión se alió con la desesperación; los dacios peleaban enardecidos y, con sus falxsespecie de hoces con puño largo – segaban miembros romanos a discreción hasta que los herreros idearon un curioso refuerzo para sus brazos, la manica, derivada de cierta pieza de la armadura de un gladiador. Pero, como en tantas ocasiones, la resolución ganó a la desesperación, y Trajano entró, triunfante en la capital dacia, Sarmizeguetusa alrededor del 107 d.C. Decébalo, viéndolo todo perdido, se quitó la vida.

El vencedor no se anduvo con rodeos; está vez no estaban en juego las libertades del pueblo dacio sino su propia existencia. La población indígena fue expulsada de las mejores tierras, se repobló la zona con gentes de aquellos pueblos que habían tenido la “inteligencia” de estarse quietecitos, se arrendaron las minas a consorcios para su explotación y se dejaron dos legiones en tierras dacias para recordarles a aquellas gentes, altivas y orgullosas, quien era el que tenía las llaves de la cancela.

Roma explotó Dacia a conciencia, siendo incalculable el volumen de oro y metales preciosos que sacó de las extrañas de aquellas tierras y, aunque la zona nunca llegaría a estar tranquila del todo, se mantuvo como provincia romana hasta el 275 d.C, año en el que, al retirar las fuerzas legionarias de sus cuarteles, se renunció de hecho a su posesión... pero, por aquel entonces, los dacios ya hablaban maravillosamente el latín...
Saludos.
CLAVES PARA ENTENDER LAS GUERRAS DACIAS

1) La mayoría de las legiones del imperio aportaron vexillationes, o destacamentos expedicionarios de varias cohortes con las que reforzaban a otras unidades que peleaban al completo. Se llamaban así porque portaban un Vexillum o bandera de su unidad de origen.

2) Fue una guerra de exterminación, donde la población civil sufrió, primero, de manos de los dacios y después, a causa de las tropelías de las legiones, algunas de las cuales están documentadas; significativa era la costumbre de la legio XXX Ulpia Vixtrix, creada especialmente para la ocasión, de pintar las paredes de las aldeas por las que "pasaba" con su acronimo... gracias utilizando la sangre de las víctimas.

3) Fue, de hecho, la primera contienda donde la Guardia Pretoriana luchó realmente. Antes participó de manera testimonial en alguna campaña de Domiciano pero apenas salía de sus cuarteles en Roma. Trajano buscó medirla y, tras un primer traspié, se comportó al nivel de otras unidades.

4) Roma se hallaba "justa" de dinero y las minas dacias eran, en realidad, el motor primero de la conquista. Decébalo fue lo suficientemente imbécil de ofrecerles una excusa.

5) El desarrollo de la campaña está magnificamente ilustrado en la Columna Trajana. Incluso aparece un tal Tiberio Claudio Máximo, soldado de caballería que estuvo a punto de capturar a Decébalo antes de que se suicidara. Recientemente se encontró su tumba, en Tracia.

martes, 7 de octubre de 2014

La Rebelión de Bar Kojba (132135)  

contra el Imperio romano, también conocida como la Segunda Guerra Judeo-Romana, fue la segunda gran revuelta judía en Judea y última de las grandes Guerras Judeo-Romanas. Algunos autores la denominan Tercera Guerra Judeo-Romana, contando también los disturbios de los años 115117, conocidos como la Guerra de Kitos o la Rebelión del exilio, reprimidos por el general Lucio Quieto, que gobernaba la provincia en esos tiempos.



Causas



Después de la rebelion en los años 66-73 d. C., las autoridades romanas tomaron medidas para aplastar todo intento de rebelión en Judea. Se modificó su situación política. En lugar de un prefecto se nombró un pretor como gobernador, y se estableció en las ruinas de Jerusalén la sede de una legión romana completa, la Legio X Fretensis.

La dirección política y religiosa del pueblo judío quedó en manos del Sanedrín, con sede inicial en Yavne, que fue cambiando de ciudad por razones de seguridad.

Las causas directas de la rebelión varían según la fuente. El historiador romano Dión Casio (155- 229) atribuye la revuelta a la decisión de Adriano de fundar en el lugar de Jerusalén una ciudad romana llamada Aelia Capitolina (Aelia por su propio nombre y Capitolina en honor al dios romano Júpiter). Por otro lado, las fuentes judías, si bien reconocen como cierta esta resolución, asignan mayor prioridad a los decretos dictados por Adriano que prohibían el Brit Milá (circuncisión), el respeto del sábado y las leyes de pureza en la familia.

La intención de Adriano era "civilizar" e incorporar a los judíos a la cultura greco-romana. Para la visión helenista, la circuncisión era una mutilación.

La tradición judía relata en el Midrásh Tanjuma un encuentro entre Rabí Akiva y el gobernador Turnus Rufus, donde este le solicita la explicación sobre la circunsición.

Una legión adicional, la Legio VI Ferrata, se trasladó a la provincia para mantener el orden, y los trabajos comenzaron en el año 131 luego que el Gobernador de Judea, Turnus Rufus realizara la ceremonia de fundación de Aelia Capitolina. Una moneda romana con la inscripción Aelia Capitolina fue acuñada en el año 132 d. C.


La rebelión



El Taná Rabí Akiva, que sin ser nombrado nasi dirigía el Sanedrín, convenció a los demás miembros que apoyaran la inminente rebelión y declararan al comandante elegido, Simón bar Kojba, como el Mesías, de acuerdo con el versículo bíblico de Números 24:17: "Descenderá una estrella de Jacob" ("Bar Kojba" significa "hijo de la estrella" en arameo).

Los líderes judíos planearon cuidadosamente la segunda rebelión para evitar los numerosos errores que se habían cometido en la primera. En el año 132 d. C. la rebelión dirigida por Bar Kojba rápidamente se expandió desde Modiim a través de todo el país, derrotando a la X legión romana con base en Jerusalén y destruyendo a la XXII Legión Romana que había acudido desde Egipto.

Un Estado soberano judío se restauró en los siguientes dos años y medio. La administración pública estaba encabezada por Simón bar Kojba, que tomó el título de "Nasí" (Príncipe o Presidente de Israel). Se anunció la «Era de la redención de Israel», se realizaron contratos y se emitieron monedas de cobre y plata en gran cantidad con la correspondiente inscripción.

Rabi Akiva presidía el Sanedrín. Se celebraban los servicios religiosos y se reanudaron los korbanot (sacrificios rituales de animales u otras ofrendas). Se presume que se intentó restaurar el Templo de Jerusalén, pero no hay pruebas fehacientes de ello.


Reacción romana



La rebelión tomó a Roma por sorpresa. Adriano llamó a su General Sexto Julio Severo de Britania y convocó múltiples legiones, hasta del Danubio. El tamaño del ejército romano era mucho mayor que el de Tito, sesenta años antes. Las pérdidas romanas fueron muy grandes, entre ellas una legión completa, la Legio XXII Deiotariana. Fueron tan grandes que el informe de Adriano al Senado romano no incluía el habitual saludo "Yo y las legiones estamos bien".

A los tres años de que se iniciara la rebelión, las luchas culminaron brutalmente en el verano del año 135 d. C. Después de perder Jerusalén, Bar Kojba y los restos de su ejército se retiraron a la fortaleza de Betar, que fue sitiada y tomada. El Talmud de Jerusalén relata que el número de muertos fue enorme. También relata que durante diecisiete años no se permitió enterrar a los cadáveres de Betar.


Resultados de la rebelión




Según Dión Casio, murieron cerca de 580 000 judíos. Asimismo, 50 ciudades fortificadas y 985 aldeas fueron arrasadas. Adriano intentó destruir de raíz la identidad judía, que había sido la causa de las continuas rebeliones. Prohibió la Torá, el calendario judío y mandó ejecutar a numerosos estudiosos y eruditos. Los rollos sagrados fueron quemados en una ceremonia en el Monte del Templo.

En el lugar del templo, instaló dos estatuas, una del dios romano Júpiter y otra de él mismo. Administrativamente eliminó la provincia romana de Judea fusionándola con otras regiones en la provincia de Syria Palæstina, tomando el nombre de los filisteos, antiguos enemigos de los judíos, y fundó la ciudad de Aelia Capitolina en el sitio de Jerusalén, prohibiendo a los judíos que entraran en ella. Actualmente existen restos del cardo de la fase romana en la Ciudad Vieja de Jerusalén.


Importancia histórica



Los historiadores modernos atribuyen a la Rebelión de Bar Kojba una importancia histórica decisiva. La destrucción masiva y las pérdidas de vidas ocasionadas por la rebelión hace que se considere el inicio de la diáspora judía en esta fecha. A diferencia de la primera Guerra Romano-Judía, la mayoría de la población judía fue asesinada, esclavizada o exiliada, y la religión judía prohibida. Luego de la rebelión, el centro de la vida religiosa pasó a Babilonia. Recién en el siglo IV Constantino I el Grande permitió a los judíos entrar en Jerusalén para lamentar su derrota una vez al año el 9 de Av en el Muro occidental.
En los tiempos modernos, la Rebelión de Bar Kojba se convirtió en un símbolo de la resistencia nacional. El movimiento juvenil sionista Beitar toma su nombre de la fortaleza, y el fundador del Estado moderno judío, David Ben-Gurión, originalmente llamado David Grün, tomó su nombre hebreo de uno de los generales de Bar Kojba.

La Guerra de Kitos(115 - 117) «Rebelión del exilio»

La Guerra de Kitos(115 - 117)  «Rebelión del exilio»

es el nombre dado a la segunda de las guerras judeo-romanas. El nombre proviene del general romano Lucio Quieto, quien reprimió despiadadamente la rebelión judía en Mesopotamia y fue luego enviado a Judea como procurador por el emperador Trajano, cargo que mantuvo hasta que fue ejecutado por orden de Adriano.



Antecedentes


En el año 113, Trajano inició su campaña militar contra el Imperio Parto, con el objetivo de conquistarlo y llegar a India, como Alejandro Magno. Para esto, movilizó las legiones desplegadas en todo el Imperio, dejando desguarnecidas las ciudades conquistadas del norte de África y otros sitios. Para garantizar sus líneas de comunicaciones y abastecimientos, ocupó el reino de los nabateos para tener la ciudad de Palmira como base para el ataque y, dada la historia de levantamientos de la provincia de Judea, tomó una serie de medidas contra los judíos: entre otras cosas, les prohibió el estudio de la Torá y la observancia del Shabat. Estas medidas causaron indignación en la población judía, tanto dentro como fuera del territorio de Judea.

Inicio


En el año 115, el ejército romano comenzó su ofensiva contra los partos, logrando conquistar Mesopotamia, incluidas las ciudades de Babilonia y Susa, sedes de grandes academias judías. Las colonias judías de estas ciudades, conocedoras de las persecuciones que sus sabios sufrían en Judea, y que vivían en un marco de libertad religiosa desde hacía 600 años, combatieron encarnizadamente contra las legiones romanas y apoyaron a los partos.

Las comunidades griegas de Cirenaica (Libia) y Chipre atacaron los barrios judíos excusándose en el apoyo que estos daban a los partos. Este ataque llevó a las comunidades judías a la organización de su autodefensa y contraataque. El historiador romano Dión Casio no menciona las causas del origen de la revuelta, mientras que el historiador eclesiástico Eusebio de Cesarea dice: «Los judíos, dominados por un espíritu de rebelión, se levantaron contra sus conciudadanos griegos».

La revuelta


Cirene y Egipto


Los judíos de Cirene, capital de la provincia romana de Cirenaica, liderados por un tal Lucas (Dión Casio lo denomina Andreas, probablemente su nombre romano) atacaron los barrios griegos, destruyendo numerosos templos dedicados a dioses paganos, como Júp iter, Apolo, Artemisa e Isis, así como edificios que simbolizaban el poder romano. Según Casio, murieron cerca de 200 000 romanos; Simón Dubnow considera sumamente exagerada esta cifra. Eusebio, en sus crónicas, menciona que como consecuencia de estos levantamientos Libia fue despoblada hasta el punto de que fue necesario fundar nuevas colonias varios años después para recuperar la población. El obispo Sinesio, nativo de Cirenaica, también habla de las devastaciones causadas por los judíos.

El movimiento comandado por Lucas se dirigió luego a Alejandría, entró en la ciudad, abandonada por las tropas romanas con base en Egipto dirigidas por el gobernador Marco Rutilio Lupo, e incendió algunos barrios de la misma. Tanto los templos paganos como la tumba de Pompeyo fueron destruidos. Esto obligó a Trajano a enviar nuevas tropas al mando del praefectus pretorius Quinto Marcio Turbo para pacificar las provincias de Egipto y Cirenaica, lo que se logró en el otoño del año 117. Así, Los bienes y las propiedades de las comunidades judías fueron expropiadas para reconstruir las ciudades y los daños causados por el levantamiento. Su líder Lucas presumiblemente huyó hacia Judea.

Chipre


Los judíos, liderados por Artemión, se hicieron con el total control de la isla.

Bajo el liderazgo de Artemión, los judíos chipriotas participaron en un gran levantamiento contra los romanos bajo Trajano (117) y ellos reportaron haber matado 240 000 griegos. (Dión Casio LXVIII.32)

Trajano envió la legión VII Claudia para restaurar el orden. El ejército romano reconquistó la capital asesinando a todos los rebeldes y se prohibió a los judíos residir en el futuro en la isla, bajo pena de muerte. Incluso los supervivientes de naufragios, si eran encontrados en la playa, eran ejecutados.

Mesopotamia


Una nueva revuelta se levantó en la Mesopotamia recién conquistada, mientras Trajano luchaba contra los partos en el golfo Pérsico. Trajano reconquistó Nísibis (actualmente Nusaybin, Turquía), Edesa (actualmente Şanlıurfa, Turquía) y Seleucia (actualmente suburbio de Bagdad, Irak). En cada una de estas ciudades había antiguas e importantes comunidades judías. Tras sofocar la rebelión, Trajano quedó inquieto con la situación y envió al general Lucio Quieto para eliminar a todos los sospechosos judíos en Chipre, Siria y Mesopotamia, nombrándolo procurador de la provincia de Judea.

El final


La insurrección de los judíos durante los últimos años de Trajano no había sido totalmente suprimida cuando Adriano asume el mando como emperador en el año 118. Los disturbios se extendieron a Judea. Quieto, que estaba a cargo del gobierno de Judea, detuvo a los hermanos Julián y Papo, que habían sido el alma de la rebelión, sentenciándolos a muerte. Pero órdenes recibidas de Roma causaron la ejecución de Quieto, salvando a los hermanos. (Quieto había intentado usurpar a Adriano en el trono). Los hechos más importantes de la campaña de Quieto son mencionados en el Talmud y otras fuentes rabínicas.

El nombramiento de Adriano como emperador y las promesas realizadas por él de permitir la reconstrucción del Templo de Jerusalén trajo un breve lapso de tranquilidad a la región, pero luego su cambio de pensamiento por la influencia de su entorno griego y la decisión de fundar una ciudad romana en el sitio de Jerusalén llevó a que se reanudaran los disturbios, lo cual motivó el traslado de la legión VI Ferrata al lugar, culminando quince años después en la Tercera Guerra Judeo-Romana, la Rebelión de Bar Kojba.